sobre como sobrevivir o morir en el intento
Y las páginas del libro se quedaron rasgadas, como sudando las palabras. La portada en el suelo, testamento de la pérdida de cordura. Cada letra, cada palabra muerta, despedazadas sin sentido, aquí y allá. Ya todo estaba dicho. La señora gorda ya había cantado, pero sin voz. La creatividad había perdido la batalla.
Todo el mundo sufría una sequía, la más prolongada que se pudiera recordar. El calor asolaba por todos lados, incluso en aquellos donde nunca imaginarías sentir calor. El gobierno federal había firmado un acuerdo internacional (el ya famoso Tratado de Sussex) en donde se comprometía, junto con otros 196 países a prohibir el uso desmedido de agua en su territorio. Por eso, los regadores automáticos estaban prohibidos, había "toque de queda" con respecto del uso del vital líquido y se habían instalado medidores en cada uno de los hogares. Y no era para menos, tenían meses sin llover en las zonas tropicales, que parecían ahora desiertos, mientras los desiertos mismos estaban aún más secos.
Todo esto había llevado al pueblo a un estado de conmoción, en donde los abusivos gobernaban. La escalada en los precios del agua potable había sido desmesurada. Primero, centavo a cantavo, tan ligera que nadie la sentía. Pero a los centavos los siguieron los pesos, pero al cabo ¿qué es un peso si no una simple moneda? El problema vino cuando subió billetes enteros, decenas de pesos a la vez. Entonces la gente ya no la podía comprar. El agua era sólo para la gente con suficiente dinero como para pagar los estratosféricos precios. La sed se volvió difícil de calmar.
Todo el mundo padecía por esto, menos alguien. Para XY la "crisis H2O", como la habían llamado los expertos, quedaba fuera de su casa. Él vivía otra crisis, que sin duda también lo dejaba con sed. Una crisis que había sido llamada por otros expertos, unos muy distintos a los anteriores, como la "crisis creativa". Y ese era su nombre, puesto tan justamente como lo son unos pantalones talla 38 para un hombre de 100 kilos. La producción, no musical, sino literaria, estaba detenida. Como si la creatividad estuviera en huelga, y no hubiera un plazo determinado para levantarla.
Los escritores, que ya eran muchos en el mundo, estaban secos del coco. Todos ellos, en conjunto, padecían un "bloqueo", que mas que eso parecía una pared de un bunker antibombas. Intentaron de todo, porque para la gran mayoría esta no era la primera vez que se quedaban sin palabras. Intentaron con un cigarrillo, pero no funcionó. Lo escritores etílicos buscaron la solución en el alcohol, sin conseguir más que una buena resaca. Aquellos que basaban sus escritos en lo que les sucedía, trataron de buscar nuevas y más intrépidas experiencias, pero no pudieron esquematizarlas en su pensamiento y menos plasmarlas en un papel. Cualquier intento por destruir ese impedimento mental resultó en vano.
Todo esto afectó a XY y, debo decirlo, severamente. Se pasaba las tardes buscando en las librerías de su ciudad, buscando libros acaso no leídos anteriormente por él, mientras que empleaba las mañanas requisando su biblioteca personal. Trataba de leer los periódicos, pero sólo hallaba tablas de precipitación mensual en el mundo, por país, por continente; gráficos comparativos entre lo llovido un año anterior y el actual; tendencias que determinaban cuánto tiempo duraría el calor, etc. Después de unos minutos, no lo soportaba. "Esto no es lectura", decía. Entonces, recurría a alguno de sus viejos libros, acto que también abandonaba de inmediato, al igual que el libro en cuestión, pues los conocía igual (o más) que a las palmas de sus manos.
Eso sí, había adquirido un gusto singular por sentarse en su hamaca, en su patio trasero, y ver las nubes pasar, que realmente eran pocas. Después de tantas cosas que aguantaba sólo un poco, decidía cenar temprano y, por consiguiente, irse a dormir temprano. Y así pasaban sus días, acumulando junto a sus sillón pilas de libros abandonados después de darse cuenta que no tenía sentido releerlos. Al lado de su sillón se formaron montañas de libros, que fueron creciendo conforme pasaban los dias y se vaciaban los estantes. Eventualmente, entre una y otra de las actividades temporales, veía televisión. A veces, incluso, sólo cambiaba los canales.
"Ya van 7 meses sin una solo lluvia, y debo decir, Julia, que no se ve para cuando pueda cambiar esta situación. Asi es Armando, y sobre esto nos habla el secretario de la Comisión Internacional del Agua, Joaquín Camargo..." "En otras noticias, alarma a las autoridades nacionales la falta de agua en las presa...""Con Reluciente, tus pisos relucirán como si acabaras...""Y arrrrrranca la segunda mitad. Pérez se la pasa a...""Puede estar desolada la situación del país, pero eso marcan los números. Esas fueron las palabras del secretario Camargo, ¿a ti que te parecen, Armando?"
Fue un día de esos calurosos, como todos los demás. Era ya de tarde, como las 6. XY, como todas las tardes a esa hora, estaba en su sillón, viendo la televisión. Y como siempre pasaba, se cansó de verla. Apretó el botón MUTE y se levantó de su trono personal. Fue a uno de los estantes, esquivando los montones de libros regados en el suelo. Llegó al estante, y vió que no había ningún libro ahí, ni siquiera alguno pequeño y delgado. No te preocupes, pensó, debe haber uno en el siguiente estante. Caminó hacia la siguiente pared, la pared más larga de su cuarto, pero obtuvo el mismo resultado. Ningún libro, y eso que era el estante más amplio y con más niveles, 7 en total. Fue entonces que se empezó a preocupar. ¿Donde estaban todos los libros? Respiró profundo, tratando de tranqulizarse. Volteó ahora hacia la puerta, pero hacia arriba de ella, más allá del dintel. Y ahí estaba, el pequeño estante de 3 niveles que había mandado a instalar ya hacia un año, porque ya no tenía espacio para acomodar tanto libro. Y fue entonces cuando lo vio, inclinado sobre la lateral del estante. Tan solitario, tan olvidado. El último libro que quedaba sin ser releído. Estaba inalcanzable, por lo que fue a buscar la escalera de 4 escalones que usaba para esos casos. La puso enfrente de la puerta, mientras veía por el ventanal que el día se estaba yendo, porque cada vez entraba menos luz en la biblioteca y resaltaba un poco más a cada momento la intensidad de la imagen de la televisión. Subió los cuatro escalones y tomó el libro. No vió el título, quería descubrirlo sentado. Mientras bajaba, esperaba que ese libro hubiera sido olvidado después de que lo compró, que no hubiera sido leído anteriormente. Se sentó, y entonces se permitió ver la portada. Vió el título y enloquecidamente arrancó del libro varias hojas, despedazándolo. Desesperademante aventó las hojas y lo que quedaba del libro al suelo. No podía creerlo, que justamente se tratara de ese libro. El primer libro que había comprado, el último que permanecía en el estante. Eso definitivamente lo enloqueció.
Caminó hacia su patio trasero, descolgó un brazo de su hamaca de uno de los 4 pilares de madera que formaba una estructura para dar sombra, y que estaba completada por 4 travesaños entre los pilares y 19 vigas paralelamente colocadas en los travesaños. Le quitó la soga a ese brazo, y dejó la hamaca tirada en el piso. Regresó a la biblioteca por la bendita escalera de 4 escalones y la sacó al patio. La colocó a mitad de la estructura, justo debajo de la viga 10, hizo un nudo con la soga y lo colocó justo en medio de la décima viga, todo esto subido a la dichosa escalera.
Volteó al cielo, un cielo gris, sin más. Cerró los ojos, dijo algunas incoherencias, y, de repente, sintió que algo pequeño golpeaba su rostro. No le dio importancia. Colocó su cara dentro del nudo de la soga, asegurándola y sintiendo otro ligero golpe, ahora en su cabello. Repitió las mismas incoherencias y empujó con un pie la escalera de 4 escalones. Sus pies, entonces, se empezaron a contraer, como si estuviera luchando contra un enemigo invisible, hasta que se tranquilizaron. Empezaron, entonces, a oscilar, izquierda, derecha, izquierda, derecha. Y mientras, en el cielo inmenso una de esas nubes grises se rompía, dejando escapar miles de gotitas. La gente asombrada empezó a salir a las calles, levantando sus rostros hacia la bóveda celeste, sin poder creer que estuviera lloviendo. Dentro, en la biblioteca de XY, se podía leer en la hoja que estaba por encima de todo: "Un Mundo Feliz" de Aldous Huxley.
Y las páginas del libro se quedaron rasgadas, como sudando las palabras. La portada en el suelo, testamento de la pérdida de cordura. Cada letra, cada palabra muerta, despedazadas sin sentido, aquí y allá. Ya todo estaba dicho. La señora gorda ya había cantado, pero sin voz. La creatividad había perdido la batalla.
Todo el mundo sufría una sequía, la más prolongada que se pudiera recordar. El calor asolaba por todos lados, incluso en aquellos donde nunca imaginarías sentir calor. El gobierno federal había firmado un acuerdo internacional (el ya famoso Tratado de Sussex) en donde se comprometía, junto con otros 196 países a prohibir el uso desmedido de agua en su territorio. Por eso, los regadores automáticos estaban prohibidos, había "toque de queda" con respecto del uso del vital líquido y se habían instalado medidores en cada uno de los hogares. Y no era para menos, tenían meses sin llover en las zonas tropicales, que parecían ahora desiertos, mientras los desiertos mismos estaban aún más secos.
Todo esto había llevado al pueblo a un estado de conmoción, en donde los abusivos gobernaban. La escalada en los precios del agua potable había sido desmesurada. Primero, centavo a cantavo, tan ligera que nadie la sentía. Pero a los centavos los siguieron los pesos, pero al cabo ¿qué es un peso si no una simple moneda? El problema vino cuando subió billetes enteros, decenas de pesos a la vez. Entonces la gente ya no la podía comprar. El agua era sólo para la gente con suficiente dinero como para pagar los estratosféricos precios. La sed se volvió difícil de calmar.
Todo el mundo padecía por esto, menos alguien. Para XY la "crisis H2O", como la habían llamado los expertos, quedaba fuera de su casa. Él vivía otra crisis, que sin duda también lo dejaba con sed. Una crisis que había sido llamada por otros expertos, unos muy distintos a los anteriores, como la "crisis creativa". Y ese era su nombre, puesto tan justamente como lo son unos pantalones talla 38 para un hombre de 100 kilos. La producción, no musical, sino literaria, estaba detenida. Como si la creatividad estuviera en huelga, y no hubiera un plazo determinado para levantarla.
Los escritores, que ya eran muchos en el mundo, estaban secos del coco. Todos ellos, en conjunto, padecían un "bloqueo", que mas que eso parecía una pared de un bunker antibombas. Intentaron de todo, porque para la gran mayoría esta no era la primera vez que se quedaban sin palabras. Intentaron con un cigarrillo, pero no funcionó. Lo escritores etílicos buscaron la solución en el alcohol, sin conseguir más que una buena resaca. Aquellos que basaban sus escritos en lo que les sucedía, trataron de buscar nuevas y más intrépidas experiencias, pero no pudieron esquematizarlas en su pensamiento y menos plasmarlas en un papel. Cualquier intento por destruir ese impedimento mental resultó en vano.
Todo esto afectó a XY y, debo decirlo, severamente. Se pasaba las tardes buscando en las librerías de su ciudad, buscando libros acaso no leídos anteriormente por él, mientras que empleaba las mañanas requisando su biblioteca personal. Trataba de leer los periódicos, pero sólo hallaba tablas de precipitación mensual en el mundo, por país, por continente; gráficos comparativos entre lo llovido un año anterior y el actual; tendencias que determinaban cuánto tiempo duraría el calor, etc. Después de unos minutos, no lo soportaba. "Esto no es lectura", decía. Entonces, recurría a alguno de sus viejos libros, acto que también abandonaba de inmediato, al igual que el libro en cuestión, pues los conocía igual (o más) que a las palmas de sus manos.
Eso sí, había adquirido un gusto singular por sentarse en su hamaca, en su patio trasero, y ver las nubes pasar, que realmente eran pocas. Después de tantas cosas que aguantaba sólo un poco, decidía cenar temprano y, por consiguiente, irse a dormir temprano. Y así pasaban sus días, acumulando junto a sus sillón pilas de libros abandonados después de darse cuenta que no tenía sentido releerlos. Al lado de su sillón se formaron montañas de libros, que fueron creciendo conforme pasaban los dias y se vaciaban los estantes. Eventualmente, entre una y otra de las actividades temporales, veía televisión. A veces, incluso, sólo cambiaba los canales.
"Ya van 7 meses sin una solo lluvia, y debo decir, Julia, que no se ve para cuando pueda cambiar esta situación. Asi es Armando, y sobre esto nos habla el secretario de la Comisión Internacional del Agua, Joaquín Camargo..." "En otras noticias, alarma a las autoridades nacionales la falta de agua en las presa...""Con Reluciente, tus pisos relucirán como si acabaras...""Y arrrrrranca la segunda mitad. Pérez se la pasa a...""Puede estar desolada la situación del país, pero eso marcan los números. Esas fueron las palabras del secretario Camargo, ¿a ti que te parecen, Armando?"
Fue un día de esos calurosos, como todos los demás. Era ya de tarde, como las 6. XY, como todas las tardes a esa hora, estaba en su sillón, viendo la televisión. Y como siempre pasaba, se cansó de verla. Apretó el botón MUTE y se levantó de su trono personal. Fue a uno de los estantes, esquivando los montones de libros regados en el suelo. Llegó al estante, y vió que no había ningún libro ahí, ni siquiera alguno pequeño y delgado. No te preocupes, pensó, debe haber uno en el siguiente estante. Caminó hacia la siguiente pared, la pared más larga de su cuarto, pero obtuvo el mismo resultado. Ningún libro, y eso que era el estante más amplio y con más niveles, 7 en total. Fue entonces que se empezó a preocupar. ¿Donde estaban todos los libros? Respiró profundo, tratando de tranqulizarse. Volteó ahora hacia la puerta, pero hacia arriba de ella, más allá del dintel. Y ahí estaba, el pequeño estante de 3 niveles que había mandado a instalar ya hacia un año, porque ya no tenía espacio para acomodar tanto libro. Y fue entonces cuando lo vio, inclinado sobre la lateral del estante. Tan solitario, tan olvidado. El último libro que quedaba sin ser releído. Estaba inalcanzable, por lo que fue a buscar la escalera de 4 escalones que usaba para esos casos. La puso enfrente de la puerta, mientras veía por el ventanal que el día se estaba yendo, porque cada vez entraba menos luz en la biblioteca y resaltaba un poco más a cada momento la intensidad de la imagen de la televisión. Subió los cuatro escalones y tomó el libro. No vió el título, quería descubrirlo sentado. Mientras bajaba, esperaba que ese libro hubiera sido olvidado después de que lo compró, que no hubiera sido leído anteriormente. Se sentó, y entonces se permitió ver la portada. Vió el título y enloquecidamente arrancó del libro varias hojas, despedazándolo. Desesperademante aventó las hojas y lo que quedaba del libro al suelo. No podía creerlo, que justamente se tratara de ese libro. El primer libro que había comprado, el último que permanecía en el estante. Eso definitivamente lo enloqueció.
Caminó hacia su patio trasero, descolgó un brazo de su hamaca de uno de los 4 pilares de madera que formaba una estructura para dar sombra, y que estaba completada por 4 travesaños entre los pilares y 19 vigas paralelamente colocadas en los travesaños. Le quitó la soga a ese brazo, y dejó la hamaca tirada en el piso. Regresó a la biblioteca por la bendita escalera de 4 escalones y la sacó al patio. La colocó a mitad de la estructura, justo debajo de la viga 10, hizo un nudo con la soga y lo colocó justo en medio de la décima viga, todo esto subido a la dichosa escalera.
Volteó al cielo, un cielo gris, sin más. Cerró los ojos, dijo algunas incoherencias, y, de repente, sintió que algo pequeño golpeaba su rostro. No le dio importancia. Colocó su cara dentro del nudo de la soga, asegurándola y sintiendo otro ligero golpe, ahora en su cabello. Repitió las mismas incoherencias y empujó con un pie la escalera de 4 escalones. Sus pies, entonces, se empezaron a contraer, como si estuviera luchando contra un enemigo invisible, hasta que se tranquilizaron. Empezaron, entonces, a oscilar, izquierda, derecha, izquierda, derecha. Y mientras, en el cielo inmenso una de esas nubes grises se rompía, dejando escapar miles de gotitas. La gente asombrada empezó a salir a las calles, levantando sus rostros hacia la bóveda celeste, sin poder creer que estuviera lloviendo. Dentro, en la biblioteca de XY, se podía leer en la hoja que estaba por encima de todo: "Un Mundo Feliz" de Aldous Huxley.
Y las páginas del libro se quedaron rasgadas, como sudando las palabras. La portada en el suelo, testamento de la pérdida de cordura. Cada letra, cada palabra muerta, despedazadas sin sentido, aquí y allá. Ya todo estaba dicho. La señora gorda ya había cantado, pero sin voz. La creatividad había perdido la batalla.
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