Memorama y memorias

La tetera sonó, con ese sonido tan chillante de siempre, con el mismo vapor de siempre saliendo por la misma boquilla de siempre. Y siguió sonando, ya que nadie le hacía caso. Se desesperó, chilló más fuerte, pero nada pasaba. Hasta que al fin Luis se quitó los audífonos del iPod, y pudo escuchar a la ya irritante tetera.

Desde la sala, con toda su tecnología, caminó a la cocina. Tomó un tarugo, agarró la tetera y sirvió su contenido en dos pequeñas tazas. ¡Cómo inundaba el olor de la vainilla a toda la casa! Las puso en una pequeña bandeja, tomó algunas galletas de coco que había en la alacena y volvió a la sala. Ahí estaba Ana, con sus propios audífonos y su iPod. Ella musitó un pequeño "gracias" ahogado por las viejas canciones de José José. Él ni lo escuchó. Se sentó y la volvió a besar mientras se ponía los audífonos. La tomó de la cintura, la estrechó contra sí, mientras escuchaba "...you and me babe, how about it?..." mientras que ella sólo oía al Príncipe de la Canción en la última estrofa de "Me basta".

La siguió besando, uno de esos besos del segundo tipo, que no son ni profundos ni superficiales, ni cortos ni largos, ni secos ni húmedos, sino mas bien todo lo contrario. Esos besos que eran bivalentes y bipolares. Y mientras ella tenía los ojos cerrados, el no podía dejar de verla. No pensaba que fuera grosero besarla sin poder dejar de mirarla, pero sabía que al menos no era un buen signo de amor. Y mientras ahora ella se apoyaba sobre él, Luis solo pensaba en porqué no podía cerrar los párpados. Y así se perdió, en sus cavilaciones, tardando en encontrar la razón.
No cerraba los ojos, simplemente porque si lo hacía, no podría creer con quien y donde estaba. Necesitaba ver para creer.

------------------------------------------------------------------------------------

Caminaba a través de un puente peatonal, uno de los primeros en Veracruz, y, por lo tanto, uno de los mas feos. Se detuvo justo a la mitad, como acostumbraba a hacer, y se asomó por el barandal. Amaba la vista de su ciudad desde ahí. Cómo se podía ver el desarrollo hotelero, las plazas comerciales y un pedacito de mar. También hacia allá el sabía que estaban las playas, que si bien nunca habían sido hermosas, ni siquiera en su infancia, eran apreciadas por bastantes turistas, que, al no poder ir a Cancún o Puerto Vallarta, inundaban la arena con botellas y pañales usados. En cambio, a su espalda se extendían los moteles, los bares de mala muerte, las cantinas y gasolineras de camioneros. No podía verlo, pero sabía que en esa dirección estaba el basurero, con sus niños pepenadores y su contaminación al canal de la Zamorana. También hacia allá estaba el aeropuerto, los desarrollos inmobiliarios con casas que parecían hechas de Legos. Esa parte que ningún turista conocía y que no se preocupaba por contaminar. No, ya los jarochos se habían encargado de llenar esas calles de inmundicia, basura y vicio.

------------------------------------------------------------------------------------

Siempre recorría el mismo trayecto desde casa de Ana. Salir de ahí era toda una odisea, no porque lo pudieran secuestrar o asaltar, sino por el simple hecho de tener que dejarla. No le gustaba eso, sólo verla por las tardes cuando sus papás no estaban. Ella siempre argumentaba que su papá era muy estricto, que nunca aceptaría que tuviera novio. Que una vez su hermana se había atrevido a llevar a José, su enamorado del momento, y que la había corrido y mandado al monasterio. Por más que Luis hacía memoria, no recordaba a ninguna hermana de Ana. Por eso sólo la veía Martes y Jueves, cuando sabía que su papá estaba en la oficina y su mamá llevaba a su hermano Diego a las clases de futbol. Siempre la misma rutina: Llegar, besarla, tomar una Coca, ver algo de tele, buscar los iPods, y seguirla besando. A veces, como ese día, preparaba té, con la condición de dejar todo como lo había encontrado, para que nadie sospechara nada. Siempre había sido así, durante 5 meses y medio de relación. Ella siempre con su música de abuelitos, y él con su rock ligero.

Y a pesar de saber que la situación no cambiaría, que estaban condenados a mantener las cosas en secreto, a vivir su amor con miedo, con cuidado, con mesura, el tomaba lo poco o mucho que le podía dar Ana. Tenía cierta esperanza que algún día, Ana viera que con ella las cosas iban en serio. Tal vez tendría la suficiente suerte de ser presentado como "el novio" de Ana, en lugar de ser ignorado si alguna vez se encontraban y ella iba con su familia.

Algo tenía que hacer, algo desesperado y ya. No quería pasar mas tiempo en una relación que no lo llevaba a ningún lado. Las veces que insistía con Ana ella le argumentaba que todavía no era tiempo; que se esperara; que si la quería tanto como él decía, habría tiempo de sobra para presentarlo formalmente. Luis sólo creía que Ana no quería ser monja.

------------------------------------------------------------------------------------

Después de despedirse ese día, que aunque era Martes, sabía bastante a Lunes, ya que había habido puente, Luis tomó el camión de regreso a su casa. Bajó en la esquina de la gasolinera, tres o cuatro cuadras antes de donde debía. Subió al puente peatonal, aunque no tenía que cruzar. Sólo lo hizo para ver su ciudad, en todo su esplendor, obviando claramente las partes infames que también tenía. Ese día iba demasiado inspirado. Ana le había dicho que tal vez para los 6 meses lo podría presentar como su amigo en su casa, y eso le daría oportunidad de verla las tardes de los Lunes, Miércoles y Viernes. Claro, eso incluía tener que cuidarse de su mamá y del hermano menor, y obviamente no la podría besar como siempre lo hacía. Pero no importaba, ya era un avance y eso era lo importante.

Veía la plenitud de su ciudad, tan imponente, tan pueblerina y provinciana, y a la vez con ganas de superación. Pensaba que tal vez algún día podría dejarla, seguir con su vida en otro lugar más apropiado para él. No es que Veracruz fuera poca cosa, sino que tenía tiempo que él ya no sentía que pertenecía a esa ciudad. Observaba a la gente pasar, tan impaciente por llegar de un lugar a otro, tan apurada viviendo su vida acelerada. Nadie lo veía a él. Ninguno podía saber que tan feliz se sentía el muchacho del puente.

Regresó por donde había subido, y se encaminó a su casa. Caminó una, dos, tres cuadras, hasta llegar a la Y griega, donde "El Gordo" vendía tacos de carnitas. Sonrió, ya que el susodicho "Gordo" tenía años de no serlo. Antes sí hacía justicia a su apodo. Ahora ya no. Ahora era delgado y fornido, pero la gente nunca había dejado de llamarle "Gordo". Cuando uno se acostumbra a decirle a alguien de una manera, muy pocas cosas pueden hacer que eso cambie, incluido el hecho de que el apodo ya no sea aplicable. Debe ser algo como "perro viejo nunca aprende apodos nuevos", o algo así.

------------------------------------------------------------------------------------

Ya era Jueves. Y como cada día de la semana que empezaba con J, Luis llegó puntual a casa de Ana. Como siempre, esperaba en la esquina, se fijaba que la mamá de Ana y Diego salieran de la casa, esperaba 10 minutos, no fuera que se le olvidara algo al chamaco, y entonces y sólo entonces, tocaba el timbre. Ana le abrió y lo dejó pasar a la sala. Malas noticias, mis papás no quieren conocer a ningún amigo mío. ¿Por qué? No lo sé, sólo dijeron que no les importaba. Mmm. Pero puedes seguir viniendo los Martes y Jueves. ¿Y que sucede con los demás días? ¿Pues que crees?

Hubo dos o tres minutos de silencio. Luis se puso de pie. No se si pueda seguir así. ¿No sabes si puedas seguir así? Si ¿Qué insinúas? Que si no me presentas como tu novio este sábado, hemos terminado. No te pongas así. No me pongo de ninguna manera, sólo que realmente necesito esto. ¿Qué cosa? Saber que puedo verte cuando sea, que puedo besarte enfrente de quien sea y cuando yo quiera. ¿Y si no te presento...terminamos? Si. Ahm, déjame pensarlo. ¿Qué hay que pensar? Es una decisión muy difícil. No, es una decisión fácil que tu has hecho difícil. Ok. ¿Ok que? Ok, ven el sábado, aquí estarán los dos. Bien. Nunca pensé ser una monja tan joven. ¿Qué pasó? Nada, que ahora estoy muy ocupada, nos vemos el Sábado. Pero te traje té. No se si hoy quiera té, quizás sería mejor que no te quedaras mucho tiempo, puede ser que mi papá regrese temprano de la oficina. Ok. Ok.

Salió Luis, con una mezcla muy extraña de sentimientos. Era obvio que había algo malo en la conversación anterior, pero no podía decir qué. Ana siempre lo había ocultado, y el siempre lo había aceptado. Pero nadie le había dicho durante cuanto tiempo estaría oculto. El iba enserio con Ana. Para el no era un juego ni una relación pasajera. Pero era obvio que Ana pensaba diferente. Todo parecía indicar que Ana era una desinteresada que no pensaba en los sentimientos de Luis. Ella nunca hacía nada por él, nunca iba a su casa, siempre decía que no cuando Luis le pedía que conociera a su madre, no era detallista, ni linda, ni cariñosa.

No podía creer lo que acababa de hacer, Luis. Había mangoneado a Ana, poniéndole un últimatum, colocándola en una encrucijada. No quería ni pensar que pasaría con él si Ana decidía terminar en lugar de presentarlo. ¿Qué sucedería? Ya podía verlo. Ella parada, fría, comunicándole su decisión como si estuviera dándole la hora. Él sufriendo, haciéndose el fuerte, levantando la voz, quedándose callado, saliendo, azotando la puerta, regresando porque se le había olvidado la chamarra, saliendo, volviendo a azotar la puerta.

------------------------------------------------------------------------------------

Y de repente, ya era Sábado. Todos los plazos se cumplen, y esta no fue la excepción. Los nervios obvios de la situación habían ido y venido, como iba y venía su frustración y su resignación. Pero en unas horas todo acabaría. En una horas sabría si podría querer a Ana abiertamente, o no quererla ni siquiera en secreto.

Estaba tan nervioso, que asustó a su madre. Tanto la asustó, que ella insistió en hacerle un té de vainilla, disque calmante de nervios. Se tranquilizó tanto, que se quedó dormido en su sala.

Cuando despertó, ya eran las 4:40. Sus "suegros" lo esperaban a las 5 en punto, y el ni se había cambiado. Rápidamente se puso una camisa y un pantalón para la ocasión, y tomó un taxi que le cobró las perlas de la virgen por llevarlo a casa de Ana. Aún así, con taxi y todo, llegó 10 minutos tarde.

Le pagó rápidamente al taxista, se acercó a la entrada de la casa, y con el índice temblándole, tocó el timbre. El sonido retumbó por la casa, mientras podía escuchar a alguien acercándose a la puerta de madera. Le abrieron, y entonces el alma se le cayó a los pies. Era el padre de Ana, Don David.

Un tipo alto, corpulento, prácticamente definible por la palabra "imponente". Ese hombre, le dijo un"llega tarde joven" seco, ronco y aguardientoso. Se movió de la puerta, dejando sólo el espacio necesario para que Luis pasara.

Entró entonces a la sala que tan bien conocía. Al menos ahora sabía que la escena que había imaginado, en donde los papás de Ana no aparecían, no sucedería. Era un avance.

Se sentó en el que consideraba "su sillón favorito", pero a los 10 segundos, una voz femenina le dijo "pasa mejor al comedor, acá comeremos". Era la madre de Ana, Carolina. Cuando llegó al comedor, Carolina le dijo: "disculpa que la comida sea tan tarde, pero no acostumbramos a tener visitas los sábados, normalmente comemos a esta hora, ya sabes, por la inercia de la semana, y Ana nos avisó que venías con muy poco tiempo de antelación". Luis musitó un nervioso "no se preocupe", saludó a la señora de beso, y se sentó, sólo, en uno de los lados largos de la mesa rectangular para seis.

Comieron, un pozole seco y salado, aunque el lo alabó, como sabía que debía de alabar las habilidades culinarias de su suegra en potencia. Después, le ofrecieron café, que el rehusó. Una vez que los demás tuvieron sus respectivas tazas llenas, Don David le soltó: "¿y tu que pretendes?". Por más que había tratado de pasar desapercibido durante la comida, Luis sabía que esa pregunta, o al menos una muy parecida llegaría tarde o temprano.

"Pues no se si les haya platicado algo Ana de mi..." "Lo que Ana nos platique sólo nos incumbe a nosotros y a Ana, por eso te pregunto, ¿qué pretendes?"

Luis se quedó callado, sin saber si responder la verdad o decir que era amigo de Ana. Trató de buscar la mirada de ella, pero Ana veía al techo, hallando profundo interés en el ventilador de aspas de madera. Tragó saliva, y con voz baja, Luis dijo:

"Señor, yo soy amigo de Ana, nada mas"

"¿Estas seguro?", le dijo la señora, "¿o no quieres un té de vainilla para relajarte?"

Luis no sabía que decir, por lo que, optó por no decir nada.

"Si, sabemos que vienes, y que cada vez que vienes, preparas té. ¿Tu crees que una señora como yo no reconoce un olor distinto en su cocina?"

Luis seguía sin poder hablar.

"Lo supimos. Lo supimos desde el primer día. Y le dijimos a Ana, que cuando estuviera lista, que te invitara. Cuando te vi entrar a la casa hoy, no sabía si tu eras el "chico del té", como te llamamos mi marido y yo en broma. Y es que no quisimos ni saber el nombre del enamorado de nuestra hija, porque sospechamos que sería algo pasajero."

"Y hace unos días, que Ana nos dijo que un amigo vendría a comer, no sabíamos que sería el dichoso "chico del té". Al menos no lo sabíamos hasta que te saludé antes de que te sentaras en el comedor. Fue entonces que olí: vainilla y perfume de hombre"

"Yo sólo tengo una pregunta que hacerte, y es más bien una pregunta de hombre a hombre", dijo Don David, que ahora sonreía maquiavélicamente, "¿cómo lograste que te invitara?"

Pregunta directa, era obvio que tendría que contestarla. "Pues me desesperé"

"Si papá, se desesperó. Era la señal que yo esperaba para saber lo que realmente sentía por mí. ¿Para qué empeñar mis sentimientos en alguien que no se enoja por que no le de su lugar? Si no se enojara por eso, es porque realmente no quiere un "lugar" en mi vida. Yo quería a alguien que se arriesgara, incluso a dejarme, por también darme mi lugar. Alguien que lo diera todo, no por mi, no por él, sino por nuestra relación".

"Pero, ¿y tu hermana que es monja?"

"Jajajaja. Luis, ella quiso ser monja. Yo sólo te lo dije para, digamos, afianzar un poco la historia de que no te quería presentar como mi novio. Lamento decirlo, pero quería que tuvieras algo de miedo", dijo Ana sonriendo, tendiéndole una mano, que el impulsivamente tomó y ya no soltó.

Esto era demasiado para Luis. El resto de la velada, la pasó perdido. Saliendo de esa casa, poco recordaría de lo demás que se dijo. Pocos detalles quedarían guardados en su memoria. De hecho, sólo quedaría grabado el olor de la vainilla.

Comentarios