Ofrenda.
Viví, y era libre. Y morí cuatro veces en un fin de semana, si no es que más. Pero ese dulce sabor de un sueño cumplido deja en mí una alegría inigualable.
Ayer pensaba, por cuestiones amorosas, que la vida me estaba debiendo un gran karma a favor. Es decir, que ahora me agarraba a golpes y me podría tirar, pero que llegaría un momento en que todo eso me lo pagaría con buenos intereses. Hoy entiendo que no es así.
El gran saldo a favor que creo tener, me lo está pagando en otros rubros. Nadie puede ser feliz en todo, exitoso en todo. La vida simplemente no funciona así. Y con tan grandes bendiciones que tengo en mi camino, no puedo quejarme porque algo no salió bien.
Aunque me he tardado en escribir estas líneas, creo que es el momento justo. Todos los días nacemos nuevos y con nuevas alas, y morimos con nuevas heridas, diferentes punzadas y dolores. Seguimos muriendo como esos personajes del teatro, que sólo salen de su caja para presentarse unos minutos, y luego deben regresar a la oscuridad de donde salieron.
Cuando el telón se abrió, y dije lo que debía, nací de nuevo. El escenario se convirtió en mi vida y mi vida en un escenario. Cuando dije lo que pensaba esa noche, lo que había venido sintiendo por largo tiempo, mi vida se volvió a reiniciar. Ese pequeño paso, de ser honesto frente a esa línea de fusiles, de miradas expectantes, de oídos ávidos de errores y ojos amantes de las caídas y los tropiezos, fue crucial.
Enfrenté mi kraken, mi monstruo legendario. Del mar del corazón salió queriendo acabarlo con todo, como el mismo sentimiento en mi declaración. Y ahí, borracho de cariño, de sueños e ilusiones, le hice frente como pude, con una obvia falta de experiencia. Salí y grité abiertamente "niño estúpido". El niño estúpido era yo, quien sólo, se había quedado bajo ese árbol milenario de la decepción. Yo, y mis 483 personalidades, entregadas a un mismo propósito, cayeron del libro de los cuentos.
Y el muerto, ese que quedó arriba, con los brazos extendidos por el borde del barco, sobrevivió curiosamente, al menos en el recuerdo. Esa muerte tan significativa para mí fue justificada con creces. Lo que ese día murió, como algo externo y por lo tanto ajeno, no era más que el mismo sentimiento del que presumía.
Hoy apenas he entendido eso, que el sentimiento de esos amantes nocturnos, de esos amigos del timón de la esperanza, debía morir, para que todo tuviera sentido. Entiendo que eso me hace crecer, que la vida no me debe nada y que no hay un hueco que llenar por desamor, sólo los tontos piensan eso. Lo que queda, no es un espacio vacío, es un espacio lleno de cosas buenas o malas. Y es decisión mía, que ese espacio, pensado para esa amante nocturna, sea llenado por cosas buenas. Que ese cajón sea de recuerdos, no de basura. Por que el que guarda basura, se enmohece de odio y amargura. Vaya, que no quede duda de que serán cosas valiosas, aunque provengan de un sentimiento muerto.
Ese día, con esas 4 muertes que no fueron muchas, nací y crecí, con la experiencia de haber vivido el devenir de dos actos. Dichos actos, llenos de amor. Porque si has de hacerlo, si has de tener actos en tu vida, mas vale que sean de amor, que sean frenéticos, que te maten y te revivan, que te ahoguen en sentimiento, te tiren, te hagan gritar y desesperar, y que después, te den esperanza, para que cuando mueras, mueras así, con dicha esperanza en el corazón y su sabor en la boca.
En ese momento, fui inmortal. Aquel que hace las cosas con pasión, no teme a la muerte, porque sabe que está lejos de sus garras. Por más que el sentimiento fallezca, el personaje, aun en su caja oscura, nunca muere.
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