Caida

Y caer, no en la realidad, sino en su dura cara. Su cara de concreto, de material doloroso, como mi propia carne. Caer con el viento a favor y en contra, sin gravedad. Caer mientras todo se detiene, mientras tú te detienes, a observarme. Caer cuando esté lloviendo, con las gotitas resbalando en mi rostro, sintiendo cada una de esas experiencias últimas, compartidas con mis compañeras eternas, las gotas. Caer y terminar de rodillas, viendo al cielo, pidiendo auxilio. Pidiendo también compasión, que aquel que cae no debe ser condenado por caer a propósito. Caer, al fin, libre. Libre del suelo, de mis ataduras y las suyas. Caer libre de sospechas, de perdones, de carencias. Libre pues, de cualquier calidad humana. Caer es terminar mi vida, caer es reciclar mi cuerpo. En mi caída estará, más que nunca, mi justicia. No hay nada más justo que la causalidad o las consecuencias. Y si caigo, sólo hay un resultado. Caes, te golpeas. No caes, te condenas. Te condenas por la curiosidad de caer, de saber qué aroma lleva el viento cuando tu lo provocas. Saber que se siente la decisión, de tomar un paso final para cambiar tu vida. Saber que lo que digas ahora será lo último que digas. Y sin embargo, que sea un momento sin palabras. Nadie lo puede entender, nadie se imagina cómo sería si sabiendo que es tu última oportunidad de ser escuchado, no la quieras aprovechar. Y caer y seguir cayendo. Ojalá que la caída durara un poco más. Y antes de llegar al suelo, sabrías tus motivos, sabrías quien eres realmente. Antes de lastimar el suelo, entenderías porque estamos todos aquí, cuál es tu misión, qué cosas te han de motivar. Lástima que nada eso lo podrías aplicar, lástima que después de entenderlo, morirías de la tristeza.

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