Autopsia de un abrazo

Ahí estaban ellos dos, de nuevo. Viéndose a los ojos sin saber qué decirse. Deteniendo intempestivamente el pequeño espacio entre los dos. Ambos bajaron la vista hacia ese vacío, pensando tal vez en poderlo reducir con solo verlo. Obviamente, eso no sucedió.

Continuaron el viaje de sus ojos hacia el suelo, viendo como los pies de ambos bailaban, como si un inoportuno chicle se hubiera pegado a sus zapatos. Ambos sonrieron, sabían lo que eso significaba. No era una sonrisa burlona, no de esas que hacen mofa de la debilidad y la pena. No, eran sonrisas de comprensión, de ironía, casi de secretismo.

De pronto, cada uno de esos pies, primero los dos derechos, después los dos izquierdos, dieron un paso. No eran grandes zancadas, sino más bien pequeños avances, casi imperceptibles. Y lo hubieran sido, si no fuera porque reducían la distancia entre ellos casi a la mitad. Lo curioso era que, para los demás, esos pasos si pasaban desapercibidos. Viéndolo desde lejos, la mitad de una pequeña distancia, seguía siendo pequeña. En cambio, para ellos era un abismo, al estar tan cerca uno del otro.

Fue entonces cuando Luis tomo las manos de ella, las coloco en su espalda y puso las propias en la cintura de su acompañante.

Ahora otro sentido había entrado en juego: el miedoso tacto. Era miedoso, simplemente porque había estado demasiado tiempo sentado en la banca. Habían pasado millones de segundos desde la última vez que alguno de ellos había sentido realmente algo.

Ese tacto la impulso a tomarlo por la espalda, apretarlo hacia ella, como si no quisiera separarse de él, y abrazarlo. Él, claramente sorprendido, no supo qué hacer. Sus manos ya no tenían propósito en la cintura. Pero, ¿dónde ponerlas?

Decidió, después de una lucha personal, que la rodearía con sus brazos, cerrando aún más ese abrazo profundo. En ese momento sus latidos se sincronizaron. Fue entonces, cuando realmente la sintió por primera vez.

Comentarios