Lo que guarda el silencio

Estaba ahí, sentado, viéndola fijamente. Estaba tan desapegado de su propio cuerpo, que se imaginaba volando romanticamente entre copos de nieve. El estaba, a todas vistas, ensimismado. El estaba, así, embobado, embotado, totalmente absorto en un mundo falso.

La vanidad del amor lo cegaban de las cosas reales en el sentido estricto de la palabra. Que aunque el amor también era real, su alegoría imaginativa escapaba del alcance de los sentidos. Y sin sentidos, no podemos entender la realidad como tal.

Incluso esto lo estresaba. ¿Qué pasaría si determinado día, un día cualquiera, podría incluso ser un martes, se despertaba, y la realidad que el consideraba como tal, no lo era? ¿Cómo afrontar el hecho de que lo que veía, olía, sentía, no era lo que realmente existía? Raro era pensarlo, más raro aún reflexionar acerca de que si esto pasara, lo que más extrañaría sería lo que él consideraba como el "perfume" de la persona con la que estaba.

Así divagaba, así se hundía infinitamente en el abismo dejado por el silencio entre los dos. Olía, sentía, pensaba. Era un ser humano, a fin de cuentas; llamado Luis, por cierto. El podía sentir sus latidos, percibía el golpeteo de la sangre golpeando ferozmente su cerebro; su corazón, con grandes intenciones de salir corriendo.

En cambio, lo que él menos quería hacer era correr. No necesitaba ir a otro lado, porque todo lo que necesitaba estaba ahí. De nuevo, un pensamiento ilógico cruzó su mente. ¿Qué era ese "todo" del que hablaba?¿Significaba acaso que había una "nada"? Lo pensó un momento, y desechó por completo el argumento, no porque no fuera válido por si mismo, sino porque realmente, ¿a quién le importaba? Definitivamente no a la persona a su lado.

No. El debía de ocultar todo esto, en un vago intento de representar normalidad. Él, era, también obviamente, un desadaptado, viviendo una realidad que no le tocaba, en un lugar que no era el suyo, con una persona que nunca hubiera podido conocer por sí mismo. Esto no significaba que no lo disfrutara, simplemente pensaba que era raro encontrarse ahí, así, y con tan agradable compañía.

Pensó, ahora, que había pasado mucho tiempo desde la última mirada cruzada que habían tenido. Sólo por eso, para no perder la costumbre, la volteó a ver. Lo primero que vino a su mente fue que, claro, no daba mérito a lo que veía. Ella ahí. Ella con él. Mientras pensaba en todos los eventos posibles que lo hubieran alejado de la posibilidad de estar ahí, ella volteó. Lo miró, con esa mirada pesada y llena de mensajes sin leer.

Se vieron, sólo por un instante, bajando rápidamente sus miradas. Tal vez pensaban que el otro no lo había visto, o tal vez habían adquirido un interés repentino en las baldosas del suelo que pisaban.

Fue cuando él se decidió, por primera vez en mucho tiempo, a tomar la iniciativa. La tomó de la mano, con ese tacto cálido que él tenía, sintiendo su frialdad, y tratando de llegar a un casual equilibrio térmico.

Y entonces fue cuando él dijo algo que cambiaría el rumbo de sus vidas. Fue cuando él le dijo: Hola.

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