Náufrago

Aún recuerdo esos días
en que sentía un río
fluir en mis entrañas.

En la ventana se acumulaban
las gotas de un rocío mañanero
que recordaban tus lágrimas
y mis suspiros

De mi voz, reservada por tanto tiempo
surgían huracanes, tifones, vendavales
tormentas de palabras y silencios
sinfonías de gritos y ahogos.

La ausencia era, sin más, una marea
que lo bañaba todo
que abarcaba la mirada y la conciencia
y que se filtraba entre las maderas de mi barco
insistiendo en inundar los interiores de mi alma.

Y aunque era pacífica, ésta marea era una amenaza de naufragio
tan pausada que parecía inconsecuente
pero que llevaría, tarde o temprano, a mi hundimiento.

Y así fue.

Aunque no quise aceptarlo lo sabía
hacíamos agua desde hace mucho
las provisiones mojadas
el moho invadiendo las bodegas
y el crujir de la madera precediendo al rompimiento.

Una mañana, calmada como las demás
tuve que abandonar el navío
olvidar las anclas y las velas
y nadar hacia la playa más cercana.
Así, mi río afluyó hacia el océano por la borda.

Y nadé, mira que de día y de noche
nada me guiaba al nadar
mas que mi propio instinto
de agua vertida en agua
de dulce impuesto sobre salado.

Dejé que el mar me orientara
torpemente confié en la naturaleza mojada de mi alma.
Fueron meses de extravío.
Hasta que vi, a lo lejos, la luz de un faro,
que no podría haber llegado en mejor momento:
mi cuerpo ya no se resistía a hundirse.

Decidido nadé hasta la orilla
de una playa salitrosa
llena de algas enfermas
traídas por la marea, inertes.
¿Sería ese mi destino?

Estando en la arena, tirado sin más
pude ver de dónde venía
era un charco de lodo
aguas oscuras, secretas
sin movimiento ni esperanza.

Pensé en los días de nado
en el tiempo vertido allá en el mar
que no era más que eso, tierra humedecida
pantano estancado, ciénega inmóvil.

Y me levanté, mirando hacia ese faro
que marcaba, no sólo la esperanza de un refugio
sino también la siguiente travesía.

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