Días aciagos

Manías, lanzas rotas. En la cama, colchas, sábanas, almohadas, y nada más. Sin cuerpos, sin calor, sin desnudez impúdica. Solo huecos. Sudor seco.

En el aire se respira un aroma semiamargo, salitroso, dulzón y mortal. En la repisa, que no lo es, mis recuerdos, tus papeles, la copa y los preservativos sin usar. En el corcho, una nota, de flores, de pasado. Y arriba, el token de nuestro primer lugar.

Así, hacia la esquina, se ven los restos de mi presencia, todo desvencijado, todo removido de su lugar originario, de su hogar primario. Más papeles, cartas, acuerdos. Más regalos, fotos y suaves animales. Más miradas, recuerditos comprimidos que asustados se esconden entre todo.

Son recuerdos tan pequeños, de cosas tan grandes. Son cielos en bolas de cristal, llenos de tempestades. Son comidas, son idas al super mercado, son boletos del cine. Son personitas que vagan, como ideas, que rondan en las patas de tu cama, en el fondo de tu clóset.

Los recuerdos son fantasmitas, que atraviesan todo y a todos. Velos brincar en tu cama, velos saltar por la ventana para después volver a entrar. No los remuevas, no puedes hacerlo. Más se quedarían si decides correrlos.

 A veces despeinados, los recuerdos crecen cuando menos quisieras. Por ocasiones son demasiados, ocupan mucho espacio y no dejan respirar. Otros días son bondadosos y hasta pueden ver la TV contigo. Déjate querer por mis recuerdos, que no son tantos como quisiéramos, pero que son suficientes para un año, o acaso sólo un mes.

No los quemes, no los prendas en llamas azules del olvido. Es lo único que queda, es el remanso de nuestras lluvias claras.

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