Las horas sin contar
Terminó con miedo, con astucia pero con miedo. Terminó como empezó todo, pensando en nada y queriendo la graciosa despedida. Al final la vida se agolpaba, en pupilas y cuclillas, en sienes de mentiras y pensamientos suicidas.
Sudó, respiró hondo, fue un cliché del nerviosismo. Bañado en una confianza apestosa, que parecía remojarlo y secarlo al mismo tiempo, caminó la vereda que habría de alejarlo. Paso a paso, moviendo cada pie con intención, cruzó el camino, franqueó la verja, salió al ruedo.
Nada que en la vida le hubiera sucedido lo había preparado para semejante prueba. Esta no era una obvia decisión, una idea lineal, una macabramente lógica opción. Esto era una madeja de vida. Hilos interminables de posibilidades se abrían ante sus ojos. Podía ver cada uno, podía casi tocarlos.
Si tuviera que elegir, no hubiera elegido esto. Si de todos esos escenarios tuviera (como ahora puede) que seleccionar uno solo, sería aquél que ni siquiera lo llevara por este camino.
--------------------------------------------------------
Pablo caminaba solo, hasta que llegó al edificio donde vivía. Contempló la reja, subió los escalones, pasó de largo al guardia que lo saludaba. Anheló no vivir tan arriba, no tener que subir 3 pisos en este momento. Sin embargo, no había de otra: no había nadie en el jardín y no le apetecía estar al sol, solo.
Cuando llegó a su cuarto, que franqueaba todo, que le daba mirada de halcón y una posición que cualquier francotirador le envidaría, recordó, cansadamente, que tendría que bajar. La gente comenzaba a llegar, para lo que fuera el evento de ese día.
Y aunque sabía que era perfectamente visto desde abajo, no le importó. Comenzó a observar a los que llegaban, con la firme idea de juzgarlos, desde su caminar hasta sus manoteos. Algunos entraban con gracia, altivos, saludando, felices. Otros parecían cargar con el mundo, se notaban cansados, pero ahí estaban, saludando también.
Unos y otros, hombres y mujeres, jóvenes todos pero no de la misma edad, se arremolinaban buscando un asiento. Vio entonces una presencia, un tipo que destacaba, y no; un joven que parecía perdido pero en completo control. Vaya, quizá un hombre más.
Estaba de pie, sin más que su voz, platicando casi a gritos, con alguien que Pablo no podía observar. Justo en ese espacio había árboles que bloqueaban su visión pero le hacían pensar en todas las posibilidades de quien sueña con ser escritor. El tipo (que le diremos ahora El Tipo) sólo hablaba, gesticulaba, sonreía. Se veía en su ambiente, pero agachado, como quien usa ropa una talla menor de la que debería. Su postura indicaba todo menos dominio, y sin embargo, se desenvolvía al centro, siempre al centro.
El Tipo se acercó a su interlocutor, que en la mente de Pablo era un hombre contrario al Tipo. Imaginaba un joven alto, fornido, incluso demasiado musculoso. Imaginaba a alguien que se protegía de todos, de todo, pero que tenía toda la pinta de mandar.
Algo le dijo, sonrió y el mundo se iluminó un instante. El Tipo era en realidad alguien encantador. Todo un misterio, una dicotomía andante. Pablo vio como entró al edificio, y sin embargo, siguió buscándolo desde su balcón toda la tarde.
-------------------------------------------------------
Zaida vivía en Residencias. Siempre (desde hace 3 años) había vivido ahí, y aunque sus amigos ya habían abandonado el edificio, ella se resistía a eso, en parte porque ahí siempre había gente, movimiento, eventos, etc. Caer en soledad era algo que le preocupaba y asustaba profundamente, por lo que vivir ahí era en parte terapia, en parte mecanismo de defensa.
Justo cuando iba llegando se reafirmó a sí misma comprometida con su estancia en ese edificio. Al subir los escalones de la entrada, vio a unas 15 personas platicando en el jardín, revoloteando por las mesas, riendo todos. Ese era el ambiente que precisamente hoy necesitaba.
Saludó a un par (a todos los conocía, sólo con algunos había "hablado de verdad") y se sentó en una de las dos bancas grandes. Sin entender qué pasaba alrededor, se puso a observar.
Fue entonces que entró Él. Él era etéreo, casi transparente. Hablaba demasiado, en general. Demasiado fuerte, demasiado grave, demasiado rápido, demasiado sobre Él mismo. Todo el tiempo, siempre.
Sin embargo, era un artista en ese sentido. Perdía a la gente, y a la gente parecía gustarle perderse con él. Decía "verde" y todos reían, por alguna razón. Decía "amarillo" y todos lloraban, sin explicación. Era una lógica extraña, su manía y encanto.
Lo vio caminar, saludar, platicar y sonreír. Y de nuevo, saludar, platicar, sonreír. Saludar, platicar, sonreír. Saludar, platicar, sonreír. Y luego lo vio callar. En su última interacción alguien lo había hecho pensar (¡vaya!) y ahora el parloteo estaba enmudecido.
¿Quién sería la persona que lo había hecho cerrar la boca? Seguía sonriendo, así que no podía ser nadie malo, nada malo.
-----------------------------------------------------
Él era El Tipo. Sin más se sabía especial. O algo así.
Cuando caminaba, solo caminaba. Cuando pensaba, explotaba. Era una época rara en su vida, una indefinición completa, absurda. Abusaba de sus fortalezas, como si con eso pensara compensar todas las flaquezas que había en el. Y ante todos, sólo una cara. La comedia, el análisis, la reflexión carcajeante.
Le gustaba sentirse así, pensador cómico. Pero también sabía que era una burbuja, fuerte por el momento, mas no eterna. Protegerse era importante, aunque no hubiera enemigo ni armamento contrario. Nadie le apuntaba pero el guardaba cuidado, siempre, eterno.
Ese día la vio. No supo lo que vio, no supo nada. No sabría (ni en ese momento, ni en ningún otro) que era un presagio, una poderosa visión de futuro, de pasado, de nostalgia, de añoranza. La vio, algo dijo, la escuchó, y no supo más.
En un solo momento ignoró la Historia del Universo. De momento no supo su nombre. No supo quien era ella, quién sería, quién había sido. Un día cualquiera seguía siendo así, insignificante, pero no tanto. Sólo en retrospectiva se daría cuenta de que, en efecto, todo había cambiado.
Sudó, respiró hondo, fue un cliché del nerviosismo. Bañado en una confianza apestosa, que parecía remojarlo y secarlo al mismo tiempo, caminó la vereda que habría de alejarlo. Paso a paso, moviendo cada pie con intención, cruzó el camino, franqueó la verja, salió al ruedo.
Nada que en la vida le hubiera sucedido lo había preparado para semejante prueba. Esta no era una obvia decisión, una idea lineal, una macabramente lógica opción. Esto era una madeja de vida. Hilos interminables de posibilidades se abrían ante sus ojos. Podía ver cada uno, podía casi tocarlos.
Si tuviera que elegir, no hubiera elegido esto. Si de todos esos escenarios tuviera (como ahora puede) que seleccionar uno solo, sería aquél que ni siquiera lo llevara por este camino.
--------------------------------------------------------
Pablo caminaba solo, hasta que llegó al edificio donde vivía. Contempló la reja, subió los escalones, pasó de largo al guardia que lo saludaba. Anheló no vivir tan arriba, no tener que subir 3 pisos en este momento. Sin embargo, no había de otra: no había nadie en el jardín y no le apetecía estar al sol, solo.
Cuando llegó a su cuarto, que franqueaba todo, que le daba mirada de halcón y una posición que cualquier francotirador le envidaría, recordó, cansadamente, que tendría que bajar. La gente comenzaba a llegar, para lo que fuera el evento de ese día.
Y aunque sabía que era perfectamente visto desde abajo, no le importó. Comenzó a observar a los que llegaban, con la firme idea de juzgarlos, desde su caminar hasta sus manoteos. Algunos entraban con gracia, altivos, saludando, felices. Otros parecían cargar con el mundo, se notaban cansados, pero ahí estaban, saludando también.
Unos y otros, hombres y mujeres, jóvenes todos pero no de la misma edad, se arremolinaban buscando un asiento. Vio entonces una presencia, un tipo que destacaba, y no; un joven que parecía perdido pero en completo control. Vaya, quizá un hombre más.
Estaba de pie, sin más que su voz, platicando casi a gritos, con alguien que Pablo no podía observar. Justo en ese espacio había árboles que bloqueaban su visión pero le hacían pensar en todas las posibilidades de quien sueña con ser escritor. El tipo (que le diremos ahora El Tipo) sólo hablaba, gesticulaba, sonreía. Se veía en su ambiente, pero agachado, como quien usa ropa una talla menor de la que debería. Su postura indicaba todo menos dominio, y sin embargo, se desenvolvía al centro, siempre al centro.
El Tipo se acercó a su interlocutor, que en la mente de Pablo era un hombre contrario al Tipo. Imaginaba un joven alto, fornido, incluso demasiado musculoso. Imaginaba a alguien que se protegía de todos, de todo, pero que tenía toda la pinta de mandar.
Algo le dijo, sonrió y el mundo se iluminó un instante. El Tipo era en realidad alguien encantador. Todo un misterio, una dicotomía andante. Pablo vio como entró al edificio, y sin embargo, siguió buscándolo desde su balcón toda la tarde.
-------------------------------------------------------
Zaida vivía en Residencias. Siempre (desde hace 3 años) había vivido ahí, y aunque sus amigos ya habían abandonado el edificio, ella se resistía a eso, en parte porque ahí siempre había gente, movimiento, eventos, etc. Caer en soledad era algo que le preocupaba y asustaba profundamente, por lo que vivir ahí era en parte terapia, en parte mecanismo de defensa.
Justo cuando iba llegando se reafirmó a sí misma comprometida con su estancia en ese edificio. Al subir los escalones de la entrada, vio a unas 15 personas platicando en el jardín, revoloteando por las mesas, riendo todos. Ese era el ambiente que precisamente hoy necesitaba.
Saludó a un par (a todos los conocía, sólo con algunos había "hablado de verdad") y se sentó en una de las dos bancas grandes. Sin entender qué pasaba alrededor, se puso a observar.
Fue entonces que entró Él. Él era etéreo, casi transparente. Hablaba demasiado, en general. Demasiado fuerte, demasiado grave, demasiado rápido, demasiado sobre Él mismo. Todo el tiempo, siempre.
Sin embargo, era un artista en ese sentido. Perdía a la gente, y a la gente parecía gustarle perderse con él. Decía "verde" y todos reían, por alguna razón. Decía "amarillo" y todos lloraban, sin explicación. Era una lógica extraña, su manía y encanto.
Lo vio caminar, saludar, platicar y sonreír. Y de nuevo, saludar, platicar, sonreír. Saludar, platicar, sonreír. Saludar, platicar, sonreír. Y luego lo vio callar. En su última interacción alguien lo había hecho pensar (¡vaya!) y ahora el parloteo estaba enmudecido.
¿Quién sería la persona que lo había hecho cerrar la boca? Seguía sonriendo, así que no podía ser nadie malo, nada malo.
-----------------------------------------------------
Él era El Tipo. Sin más se sabía especial. O algo así.
Cuando caminaba, solo caminaba. Cuando pensaba, explotaba. Era una época rara en su vida, una indefinición completa, absurda. Abusaba de sus fortalezas, como si con eso pensara compensar todas las flaquezas que había en el. Y ante todos, sólo una cara. La comedia, el análisis, la reflexión carcajeante.
Le gustaba sentirse así, pensador cómico. Pero también sabía que era una burbuja, fuerte por el momento, mas no eterna. Protegerse era importante, aunque no hubiera enemigo ni armamento contrario. Nadie le apuntaba pero el guardaba cuidado, siempre, eterno.
Ese día la vio. No supo lo que vio, no supo nada. No sabría (ni en ese momento, ni en ningún otro) que era un presagio, una poderosa visión de futuro, de pasado, de nostalgia, de añoranza. La vio, algo dijo, la escuchó, y no supo más.
En un solo momento ignoró la Historia del Universo. De momento no supo su nombre. No supo quien era ella, quién sería, quién había sido. Un día cualquiera seguía siendo así, insignificante, pero no tanto. Sólo en retrospectiva se daría cuenta de que, en efecto, todo había cambiado.
Comentarios